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Si quieres comer bien, olvídate de la fuerza de voluntad

¿Cómo que me olvide de ella? Si me gustaría tener montones y montones de fuerza de voluntad.

Veamos: Nuestra manera de comer está ligada no sólo a qué cómo, con quién, dónde comemos… sino también a nuestra psicología. A veces sorprende lo poco que conocemos sobre lo que queremos comer y por qué.

Y hay todo un mundo de experimentos y estudios relacionados con este tema.

Hace dos décadas, Brian Wansink (psicólogo de la alimentación y profesor de economía aplicada en la prestigiosa Universidad de Cornell) y su equipo hicieron un estudio. Repartieron bolsas de snacks a gente que iba al cine. A unos les dieron bolsas grandes y a otros les dieron 4 bolsas pequeñas (la misma cantidad que una grande). ¿Sabéis el resultado? Los que tenían 4 bolsas pequeñas comieron la mitad que los que habían recibido la bolsa grande. ¡Sorprendente!

Desde entonces, Wansink ha llevado a cabo más de 1200 estudios sobre comportamiento alimentario, llegando a la conclusión de que estamos completamente a merced de nuestro entorno: no somos conscientes de todas las decisiones sobre comida a las que tenemos que hacer frente, unas 200 veces al día. No sólo elegimos si comer cereales o huevos, sino qué cereales como, cuánto me sirvo, cuánta leche añado, si termino lo que me he servido, si me vuelvo a servir más…

Todas estas decisiones están ligadas a señales de nuestro entorno: cuando pensamos que somos nosotros los propios gestores de nuestra dieta, Wansink ha llegado a la conclusión de que la elección saludable de comida tiene muy poco que ver con nuestra fuerza de voluntad.

El tamaño importa. Cuanto mayor es el plato, más comemos. Por una ilusión óptica, la misma cantidad de comida en un plato grande parece menor que en un plato más pequeño. Pero no es cuestión de comer en plato de postre, sino en platos no excesivamente grandes. Lo mismo pasa también con los vasos y copas: Hasta los camareros profesionales echan más cantidad en vasos pequeños y anchos que en vasos altos y largos.

El color importa.  Sí, también. La gente que come comida del mismo color que el plato (pasta con salsa blanca, en plato blanco, o pasta con salsa de tomate en plato rojo), se servía un 22% más que aquellos en que el color de la comida contrastaba con el color del plato (esto está relacionado con nuestra visión periférica).

La visibilidad importa. Cuanto más vemos, más comemos. Si tenemos a la vista las galletas, el chorizo, el jamón o lo que sea, tendemos a comer más.

La accesibilidad importa. Si tenemos la panera a mano, comemos más pan que si no la tenemos al alcance.

La situación en la que comemos importa. Nuestra respuesta a la comida con respecto a las señales distintas del hambre depende también del tipo de entorno que nos rodea: la intensidad de la luz, la música que escuchamos…. En un restaurante con media luz, con música agradable y suave, se vio que los comensales comían menos cantidad, más despacio y con más satisfacción.

Y si nos ponemos a pensar en todo lo citado en este artículo y nos ocupamos de cambiar un poco nuestro entorno a lo mejor nos resultará más fácil liberarnos de nuestros complejos de culpabilidad por no tener la suficiente fuerza de voluntad. Por probar…

¿No será más conveniente que en lugar de tener pizza, sanjacobos y demás en el congelador para por si acaso…tenga siempre huevos en el frigorífico para poder apañarme una tortilla? Seguro que es la opción más rápida, más sana y probablemente también la más barata.

Si no tengo en el frigorífico más que agua, si tengo ganas de beber algo, beberé agua. Sí, me apetecía beber una cerveza pero, no está fría, así que bebo agua.

¿Para qué tengo bolsas de snacks en el armario? ¿Por si viene algún amigo a visitarme? Pero si luego me los como yo. ¿Prefiero que piensen que soy buen anfitrión a cuidarme yo?

Como muchas veces os digo en la consulta, mejor no tener que poner a prueba nuestra fuerza de voluntad. A veces nos gusta sentirnos Superman y rodearnos de tentaciones por el simple placer de demostrarnos a nosotros mismos que somos capaces de resistir la tentación (esa caja de bombones), pero ¿y cuando no estamos tan fuertes psicológicamente? Si me apetece comer un bombón pero no lo tengo en casa, pues no lo comeré pero como sepa que tengo esa fantástica caja de bombones, en un arrebato soy capaz de comérmela entera con el consiguiente malestar emocional y el daño a mis propósitos de dieta. Mi decisión: No tenerla en casa. Deshacerme de ella antes de que me tenga que arrepentir de no haberme deshecho de ella.

Aquí os dejo otros artículos sobre este tema:

¡A desculpabilizar toca!

Estrategias que complementan la dieta

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Want to eat well? Forget about willpower

17 de Febrero de 2017. Actualización: En esta última semana los estudios llevados a cabo por el Dr. Wansink han sido cuestionados porque parece que ha habido una manipulación de los datos estadísticos. Pinchando aquí y aquí tenéis los datos sobre esta cuestión.

11 comentarios
  1. Leire
    Leire Dice:

    Es verdad, pero yo sí creo que la fuerza de voluntad la deberíamos ejercitar más. No es cuestión de rodearnos de tentaciones (mejor mantenerlas a distancia, si es posible), pero bien podemos pararnos a pensar un poco antes de coger otro trozo de pan simplemente porque lo tenemos a mano. A mí me ha funcionado y me sigue funcionando. Aunque reconozco que es más difícil que practicar otros métodos.

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  2. Arturo Taboada
    Arturo Taboada Dice:

    Umm yo creo que la fuerza de voluntad si es importante, ya que por fuerza de voluntad paso de la zona de congelados del supermercado y no compro nada de freir, con fuerza de voluntad del dulce solo compro chocolate negro a pesar de que tengo los bombones al lado 🙁 Pero por lo demás estoy totalmente de acuerdo con el articulo, el entorno influye y MUCHO en nuestra alimentación.

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