Hambre y placer

Comer por placer más que por hambre no es algo nuevo. Pero en los últimos años diversas investigaciones han permitido entender cómo algunas comidas (especialmente las ricas en grasas y azúcares) pueden alterar la química cerebral (recordemos que el organismo es pura química) de tal manera que a algunos les lleva a comer de más.

Le han dado un nombre: Alimentación hedónica (hedónico hace referencia a la búsqueda del placer).

Ahora sabemos que podemos utilizar 2 términos diferentes al hablar de hambre:

Hambre metabólica: La necesidad real del organismo, la fisiológica, la que hace que el estómago ruja. Ha sido el objeto principal de las investigaciones y sabemos que está regulada por una parte del cerebro, el hipotálamo. Una compleja red de hormonas y neurotransmisores (leptina, grelina, colecistoquinina…) regulan el apetito y la saciedad y mantienen nuestro organismo dentro de un rango de peso.

Hambre hedónica: Un irrefrenable deseo de comer en ausencia de necesidad para ello; el ansia que tenemos cuando a pesar de tener el estómago lleno, nuestra mente todavía está hambrienta.

En los últimos años y gracias a técnicas de imagen cerebral se ha descubierto que, aparte de la regulación del metabolismo en el hipotálamo, hay una segunda zona del cerebro conocida como circuito de recompensa (involucrada en placeres y adicciones). Además, parece que el cerebro responde a las comidas ricas en azúcares y grasas incluso antes de que entren en la boca (¿os acordáis del reflejo condicionado de Pavlov del que hablé en el artículo «Comer sin hambre» y que podéis leer pinchando aquí?). Solamente con ver algo apetecible el circuito de recompensa empieza su labor y funciona de tal manera que cada vez necesita más para obtener el placer que en un momento dado se obtenía con una cantidad menor de comida. Estas personas necesitan seguir comiendo cada vez más para mantener esa sensación de bienestar.

Muchos de los problemas de peso que actualmente se dan, son debidos a un aumento en el consumo  de estas comidas (pinchando aquí podéis leer «Comida basura, ¿adictiva?»).

Paraos a pensar: cuando llegáis a casa del trabajo, después de una jornada en la que el jefe estaba especialmente difícil, o los niños torcidos o simplemente tras una mala noticia… ¿qué os apetece? ¿no serán unas galletas?, ¿no serán unos bollitos?, ¿no serán unos postres lácteos? Todo este tipo de comida rica en azúcares y grasas que son las que actúan sobre el circuito de recompensa.

La buena noticia es que a pesar de que este circuito de recompensa a veces nos dirige hacia un tipo determinado de comida, se puede alimentar también de otro tipo de sensaciones placenteras. ¿Por qué no probamos a buscar el placer escuchando música, por ejemplo? Clásica, jazz, rock…, cualquiera que sea nuestro gusto musical. A lo mejor sirve para calmar nuestro circuito de recompensa… Y es tan sencillo como enchufar el aparato de música.

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http://www.scientificamerican.com/article/how-sugar-and-fat-trick-the-brain-into-wanting-more-food/

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  1. […] Pinchando aquí podéis leer el artículo “Comer sin hambre” y pinchando aquí “Hambre y placer”. […]

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