Un refugio llamado kilos de más (I)
¿Los kilos de más podrían ser un refugio? ¿Un escudo tras el que esconderse? ¿Algo así como una capa de invisibilidad?
A continuación, el relato de una persona para la que así es.
Siempre he sido una persona gorda. Pasé de niña rellenita, plácida y feliz a adolescente gorda, triste, ceñuda y complicada. Después fui una chica joven y gorda y luego mujer madura y gorda. Gorda, gorda, gorda. La gordura: mi compañía, mi conflicto. Siempre ahí, conmigo.
En más de una ocasión contemplé la posibilidad de ponerme en manos de un profesional para perder peso pero me frenaba el hecho de tener que reconocerme gorda, así públicamente:
-Vengo porque soy/estoy gorda y quiero que me ayudes.
Era como derrumbarme, mostrar poco pudor. Oficialmente gorda.
Por fin di el paso. Tengo que decir que fue fácil. El plan era atractivo porque no pasé hambre y estaba muy motivada. Recuerdo que era primavera. Perdí mucho peso. No sé cuánto porque no he sido capaz de mirar los números de la báscula hasta hace tres semanas. El caso es que lo conseguí. Mi sueño, lo inalcanzable. ¿Esto en qué se tradujo?
Podía comprarme la ropa que me gustaba, no la que no me quedaba más remedio que comprar. Los conocidos y amigos alababan lo que ellos consideraban un esfuerzo titánico (¡qué gorda debía estar!- pensaba). Me empezaban a mirar como algo atractivo, algo agradable de contemplar. También fui foco de algunas miradas. En fin, ese juego.
No lo pude soportar. No pude soportar no esconderme detrás de mis kilos, mis compañeros. No pude soportar la sensación de estar expuesta, de exhibirme. No pude. No supe. Recuperé lo que había adelgazado y pasé una temporada otra vez en la retaguardia.
No entendí lo que me había pasado hasta mucho más tarde, cuando hablé, me comuniqué, me expresé, conté mis miedos. Volví a adelgazar. No tanto como la primera vez pero sí lo suficiente como para volver a vivir situaciones como las anteriores. Otra vez gustar, que me miraran, exponerme. Volví a engordar, pero esta vez fui más consciente.
En este momento mi planteamiento es diferente. Los kilos no son una obsesión. Yo soy lo que soy, y soy mucho más que un número de kilos. Mi labor es trabajar para ser feliz, muy feliz y puedo serlo, y para serlo tengo que dejar que la comida sea un refugio privado en el que me desplomo para luego salir al exterior con mucha tristeza y un sentimiento de culpabilidad intenso, plomizo. Estoy bien en la medida en que como por placer, por alimentarme, por disfrutar; no por miedo. Tengo que despedirme del miedo, dejar de jugar con él. Abandonarlo. Dejar de querer tener miedo «por si acaso».
Y estoy dando pasos. Y tengo mucha suerte. Y he triunfado porque he entendido todo esto. Y además me gusto. Me gusta mi cuerpo. Mi vida no es un folio en blanco; a mi edad me han pasado muchas cosas, algunas irremediables, duras y nada previsibles. Como a todos.
Como véis, la comida y la manera de comer están vinculadas con un amplio conjunto de emociones y comportamientos que no tienen que ver solamente con la necesidad real del organismo de alimentarse. Y no todo el mundo come o come de más por el mismo motivo. En este caso es el miedo a exponerse, en otros a lo mejor por rabia, aburrimiento, soledad…
Pinchando aquí podéis leer el artículo «Comer sin hambre» y pinchando aquí «Hambre y placer».
Es verdad! Tenemos que reconocer primero las cosas y después tomar la decisión.
Cada uno tiene su momento
Una vertiente muy interesante.
Sí, es un tema muy complejo.